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domingo, 12 de mayo de 2013


Era 15 de marzo de 2012, las clases estaban a punto de comenzar y mi despertador chirriaba aún con mi mano en él. Desde que había empezado la secundaria sentía q


ue mi vida ya tenía un propósito, uno romántico, iluso y de telenovela, pero propósito al fin. Muchos dirán que no era un propósito sino un simple e irrealista sueño que convence a cualquier positivo y estúpido que no conozca de la vida, pero yo conocía de ella, aunque no me dejaran caminar sola por la calle y no me supiera la dirección del trabajo de mis padres con mis trece años. Amaba a los hombres pero no por su persona sino por su cerebro, su maravilloso, impredecible y perverso cerebro.
     Mi dedo índice se colocó instantáneamente sobre el botón encender y una polifonía casi inaudible se escapaba de los pequeños parlante del grabador de mi abuela. De a poco, como si quisiese que nadie se diera cuenta de mi acto, subí el volumen hasta el punto que mis oídos pudieran reconocer la música como si fuese suya. Mi filarmonía era tan evidente como desafinación al cantar pero ¿Cómo no iniciar mi primer día de clases de octavo grado con un tema de Taylor Swift? Su voz entonaba perfectamente con la melodía de sus instrumentos, parecía querer contar todo lo que había padecido durante años con una sola canción y lo lograba. Cuando yo cantaba sus canciones deseaba vocalizar como ella, desafiar a mis cuerdas vocales y decirles “¡Ustedes pueden, podemos competir contra ella”. Pero no, no podía. Desde los ocho años, quizás menos, mi gran “sueño” era ser una reina de la música. Jugaba, incluso en la actualidad, a realizar conciertos, videos, y entregar autógrafos, todos me amaban, me idolatraban me tenían como modelo a seguir, si la mayor parte de mi vida fui aquello, si todos los días yo “era” ello, ¿hasta que punto no era realidad?
     Jamás pude olvidar las duras e hirientes palabras de mi padre “No seas tonta Mariana, nunca podrás ser una artista, para eso hay que tener un talento nato que tú no posees, es como si yo anhelara ser astronauta, las posibilidades son casi nulas. Vas a terminar cantando en bares para borrachos. Tú tienes que tener un trabajo estable, ir a la universidad, ser alguien.” Para aquellos años no sabía que quería decir “anhelar” y tampoco “universidad” pero “Nunca vas a poder ser una artista” sí, “Un talento nato que no tienes.” Es la fecha de hoy que su padre recuerda ese momento como trascendental, como si fuese un bien para la humanidad, como si mi deseo de ser una artista fuese un error similar al alcoholismo, o peor. No culpo a mi padre, sus palabras fueron sabias, pero poco sutiles, tanto que cada vez que percibo una canción sus palabras cruzan mi mente tan fuerte y lentamente como aquella vez. Verdaderamente no estaba equivocado, mi voz no era opcional para un disco, demasiado aguda y mi frecuencia de gritar hacía parecerla aún más. Pero... ¿Qué hubiese pasado si no me hubiera expresado aquello? ¿Y si le hubiera rogado a mi madre, tan dulce y complaciente, que me arrastrara al mundo de la música y el espectáculo? Ir a una escuela de canto, visitar castings, institutos de actuación, ¿qué hubiese ocurrido? De pequeña, en la familia y las maestras, me decían que poseía una tierna atractiva voz. Adoraba la clase de arte del colegio de primer grado y moría de rabia cada vez que la señorita felicitaba a un niño por su melódico canto, era entonces cuando yo entonaba más y más fuerte para superarlo, sin lograrlo, por supuesto.
     Luego de ponerme el uniforme y bailar en sincronía, mi cuerpo pesado se posó frente al espejo. Mi cara repleta de acné le daba un cierto aspecto de masculinidad, y mi ignorancia quería hacerle creer a mi cerebro que no me importaba. Muy pocas veces se habían burlado de mí en ese aspecto, lo cual valoraba de mis compañeros. Nunca había sido el blanco de ningún chico en el colegio ni fuera, pero para algunas chicas sí, era a veces, que yo misma me buscaba ser insultada.

-Hola Coco, ¿Puedo sentarme con ustedes?- Primer grado, primera razón para odiar la escuela.
-No, no podes. ¿No te das cuenta que no queremos estar con vos?- Sí, era Coco, tan pequeña para ser tan perversa, tan niña, tan chiquita, tan enana.
- ¿Fausti por qué no puedo?- Indague a su mejor amiga, a diferencia de ella era buena, simpática y mandona, nos llevábamos bien pero, si era tan mandona ¿Por qué no le podía decir que este con ellas?
- Coco no quiere, no puedo hacer nada.- Simulaba estar resignada.

     Durante años, cada vez que faltaba mi mejor amiga, Flor, yo las buscaba y eran las únicas de mi grado las cuales invitaba a mis cumpleaños, Faustina iba, tan carismática como siempre, Coco no. En uno se quedó dormida, en el otro era el cumpleaños de su mejor amiga y cuando cumplía ella invitaba a todos los el grado, a todos los de su barrio, a todos, menos a mí. “No había más lugar en mi casa y mi mamá no me dejó invitarte”, “¿No te llegó la invitación?”, “Pense que te habías ido de viaje”, eran excusas. Fui muy ingenua y lo sigo siendo. Sin embargo aunque la odiaba a ella y a su maldita hipocresía me caía bien y aspiraba con mi alma ser algún día su amiga.
     Era el término de la primaria cuando la tortura acabó, ya no era inseparable amiga de Flor, íbamos a distintos grados y suponía que eso nos había separado, pero no, era algo peor.

-¿Y de que hablan con Malena?- Le preguntaba a Marichu recelosa, mi nueva mejor amiga que se había hecho compinche de otra chico de distinto grado, era muy zorra.
-De sus compañeras, de Flor, Emi, Cami.
- Ah, si. Yo era amiga de Flor pero como no podíamos pasar mucho tiempo juntas nos distanciamos.
- ¡Oh cierto! Debo contarte algo que me comentó.- Había pros y contras de ser amiga de María Perez Florck. De todos los chismes de la ciudad ella sería la primera en enterarse y de contártelos. ¿Los contra? No le puedes contar ningún secreto. -Male me dijo que ustedes dejaron de ser amigas porque todas las del curso le dijeron que deje de ser tu amiga y que solo sea de ella pero que no diga nada. Pero me dijo Male que no fue solo ella, pobre, fueron todas. Pero no digas nada porque me dijo que no se lo dijera a nadie.

Tantos dijo, dijeron, dijera me habían mareado y tantas mentiras también. Flor, mi amiga de mi infancia, aquella con la que planeábamos el futuro juntas, jugábamos a escondidas y me alentaba a tener más amigas me había... me había... ¿traicionado, engañado? ¿O era simplemente un alejamiento por el cual no tuve que haberme sentido...? ¿Traicionada, engañada? Dolida. Tan dolida como cuando mi abuela, mujer complaciente, rezongona, excelente para los elogios pero también para los vituperios.
- ¡Te vas a quedar sola! ¡Sin amigas, eres igual a tu padre, nadie te quiere, todos te van a odiar por como eres! ¡Debes cambiar de actitud así fue que te quedaste sin tu amiguita, la vecina!
     ¿Cuántos años tenía? ¿Seis, siete, ocho? ¿Por qué me estaba retando? ¿Había roto algo, la había insultado, le había pegado? No pegarle no, puede ser que ella me haya pegado a mí pero yo a ella no, le tenía demasiado miedo. Sólo recuerdo aquella imagen, ella enojada, similar a un militar, con ira, con bronca con ¿odio? Yo abrazada a las piernas de mi madre y ella con mirada comprensiva hacia mí y resentida hacia mi abuela.
     Mi vecina. Incluso hoy en día no recuerdo la razón por la cual tengo “prohibido” hablar con ella. ¿Cuántas veces he preguntado a mi madre el motivo de nuestra inquebrantable enemistad con la casa 1? Millones. ¿Cuántas respuestas he recibido? Siempre todas distintas. Sólo había algo que nunca cambiaba de ellas: “Está loca Silvina, de todos los vecinos que pudimos haber tenido nos tocó la peor”
    Pocas cosas recuerdo de Brenda, la hija de “la loca” pero había tres que nunca pude olvidar: se llevaba bien con su padre, tenía voz más chillona que la mía y era bonita... muy bonita. La preferida entre todos mis amiguitos de la abuela. “Esos ojos” solía decir, “Tan expresivo, llamativos, verdes, parece que te van a robar el alma. Y su carita celestial, de revistas. No como esas Noelia y Lucía que llenan la casa de piojos... ¿Te pensás que no las vi rascarse? ¡Aggh!” El discurso seguí pero... ¿Para que narrarlo todo si aún me quedan muchos discursos suyos por contar?
    Bueno, ¿A qué quería llegar con esto? ¡Ah, si...! A que, al igual que mi mamá, y creo que en un grado más elevado, no soy buena haciendo amigos. Y eso con la llegada de la pubertad sólo logrará que sea más pronunciado. Adolescencia, bueno supongo que es hora de empezar a adolecer.

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